He nacido y vivido oculto en tantos cuerpos que ya no puedo ni acordarme de cuántas formas he adquirido. He observado al hombre desde el interior de criaturas que él jamás habría sospechado. Una vez, nací siendo hurón y una niñita me colmó de su amor y sus caricias. Entonces pensé que el mundo era bueno y que merecía ser salvado. Fui feliz y sé que la hice feliz a ella, ese era el mejor regalo. Cuando morí, dejé a mi amada niña anegada en lágrimas, pero tenía que irme para continuar la misión que me habían encomendado.
Volví a nacer en el cuerpo de un chiquillo y vi cómo mi padre pegaba a mi madre, cómo destrozaba todo su ser hasta no dejar nada de ella. Me entristecí y tras una vida marcada por la pena, morí de nuevo para nacer en una loba. Tuve crías y un día un cazador me pegó un tiro. Desde otro lugar vi cómo mis crías sufrían y morían y cómo aquel hombre se jactaba de sus actos. Intenté rememorar qué había visto bueno en el hombre, pero me costó mucho recordarlo.
Poco después nací mujer y descubrí el hermoso vínculo que hay entre una madre y su hijo. Eso me complació y sonreí. Al irme, dejé tal vacío que me habría gustado poder decirles a mis seres queridos que no podía quedarme, aún me faltaba mucho por hacer.
Por otra vez regresé con fuerzas enfundándome en la piel de un cachorro. Crecí con una familia a la que di todo mi cariño sin restricciones, sin condiciones, pero ellos me abandonaron cuando se cansaron de mí. Pasé penurias y hambre, pero sobre todo mucha pena. Vagué buscando un hogar. En cuanto me acercaba a alguien recibía patadas o me espantaban con piedras. No parecían ver que me encontraba tan débil que habría sido incapaz de hacer algún daño. Supliqué comida y cariño, pero todos miraban hacia otro lado. Todo terminó cuando fallecí víctima de un atropello. Nadie lloró mi muerte y eso me hizo sentir muy triste porque tantos eran los que despreciaron mi presencia, que no vieron el regalo que les hacía. Mi amor incondicional murió conmigo y decidí volver en el cuerpo de un humano. Llegué a anciano y alguien cuidó de mi hasta mi último día. Recuerdo su sonrisa y sus palabras amables cuando a otros como yo los habían despreciado. Sentí pena por todos ellos y eso ensombreció mi dicha.
Al renacer lo hice en una muchachita. Mis ojos despiertos lo veían todo y todo me hacía sufrir cuando los demás parecían ciegos. Eran tantas las atrocidades que sucedían a mi alrededor, tan grande la locura de los hombres, tanta la injusticia, el egoísmo y la codicia, que las pequeñas cosas que antes me animaban a perdonar su estupidez no lograban igualar el peso de sus malos actos. Guerras en las que morían millones de inocentes, pobreza y hambruna cuando otros poseían riqueza y la atesoraban solo para sí, dolor, lágrimas y soledad, gritos de ayuda que eran ignorados por todos aquellos quienes solo pensaban en sí mismos, personas que solo sabían vivir haciendo daño a otras, niños marcados por la violencia de los adultos, adultos traicionados por aquellos por los que lo habrían dado todo, hombres que disfrutaban con la tortura de otras criaturas, que abusaban de su supremacía utilizándolas como objetos, que ignoraban su dolor y su sufrimiento e incluso disfrutaban con ello....
Derramé lágrimas en la noche, cuando nadie me veía, pero ni todas mis lágrimas habrían podido curar el mal que asolaba el mundo. Y, agotado de mi viaje, yo deseé no volver jamás, que terminara todo, solo llevarme el amor de la niña que tanto me quiso no siendo yo nadie, el recuerdo de los pocos que intentaban cambiar las cosas esforzándose cada día para ser mejores, salvando, ayudando y protegiendo a otros. A ellos, y solo a ellos, volveré a verlos.
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